Inicio / Turismo / Las mujeres de An CaMilio
Por José Antonio Torres
07 February 2019
Aquellos años duros de posguerra trajeron crueldad, hambre y necesidades, todo ello era combatido a diario por grandes personas que en vez de llevar capa y antifaz, tenían como armas poderosas su ingenio, sus manos curtidas y una fortaleza casi divina para sacar adelante a su familia. La Aceña la Borrega es uno de esos lugares en los que se guarda la esencia de La Raya, allí vivió una de las muchas personas a las que le tocó luchar por salir adelante contra corriente, se llamaba Isabel y regentaba el estanco, bar y lonja de esta alquería que entonces contaba con más de doscientos habitantes. Isabel se quedó viuda siendo madre de 17 hijos y, como la gran heroína de los cuentos, superó a las adversidades para sacar adelante su hogar y su negocio. Entre sus hijos estaba Emilio que desde pequeño “mamó” el talante, el talento y el espíritu de lucha necesario para ganarse el pan.
En una mañana fría de este comienzo de año, entre el café recién servido por José Luís y el calor de la chimenea de An CaMilio tiene lugar el encuentro con María y Toñi, una de esas conversaciones en las que a uno le gustaría ser esponja para absorber todo, sin perderse ni un matiz, sin dejar escapar los gestos, los sentimientos y las historias que estas dos mujeres, pasado y presente de este histórico lugar, ponen sobre la mesa.
Emilio ya regentaba un bar en la Aceña cuando conoció a María, “en el bar había futbolines, se hacían rifas, cortaba el pelo y, en época de matanzas, ejercía de matarife. ¡¡Hacía de todo!!” recuerda María. Emilio era un “hombre orquesta” del sector servicios, una persona llena de vitalidad y de recursos. María colaboraba en el bar y a veces aparecían cazadores que se animan tras la jornada y le pedían que les cocinara las presas abatidas, “yo nunca decía que no, les preparaba las liebres, los conejos, las palomas,… lo que trajesen” dice mientras saluda a un cliente habitual que entra en el bar. A todo ello, se unían los guisos que hacía con los animales que se rifaban, “se rifaba un conejo y a los 15 minutos estaba en la cocina” señala con una sonrisa. Poco a poco los fogones de María iban tomando protagonismo y lo que era algo ocasional se va convirtiendo en habitual. A mediados de los sesenta se trasladan a la ubicación actual. Lo que antes había sido un antiguo salón de baile se convierte en una taberna, comercio y casa de comidas. María y Emilio formaban el tándem perfecto para hacer funcionar este “hogar” de puertas abiertas a los clientes, en el que lo mismo te tomabas un vino, comprabas una fregona o te comías un arroz con gallo de campo.
Por aquel entonces la Aceña tenía cuartel de la Guardia Civil y muchas personas subsistían con el contrabando, “el que no era contrabandista era Guardia Civil pero de las puertas para dentro nunca hubo problemas, la gente venía a olvidarse de las penurias y a reírse” contesta María cuando se pregunta por la convivencia en aquellos años. Toñi mira a su madre mientras relata las viejas historias del negocio y apuntilla algunos de los recuerdos que comparte en la conversación. Mientras María relata que nunca se fue de vacaciones y que ellos estaban disponibles las 24 horas de los 7 días de la semana, Toñi reflexiona sobre cómo han cambiado los tiempos, el sello de identidad del restaurante es la fidelidad a la gastronomía local y al concepto de comida casera, “comida casera es hacer la misma comida que hago para los míos en mi casa, hacerla para la gente” dice María, mientras que Toñi comparte una reflexión muy interesante “hoy en restauración se puede comprar todo precocinado, poco más que para emplatar y no necesariamente tiene que ser malo pero el sello de identidad que trato de mantener que en mi restaurante no haya nada precocinado. Cada semana gasto una media de 15 sacos de patatas”.
Toñi y Mari, su hermana, dieron sus primeros pasos en esa taberna, ultramarinos y casa de comidas, al igual que le pasara a los hijos de su abuela, vivieron de primera mano el devenir del negocio y ocupaban una de esas mesas camillas que había en la zona del comercio mientras los clientes degustaban el frite con patatas fritas grandes, el arroz con liebre, las tortillas de enorme espesor e intenso color amarillo que su madre preparaba. Al preguntar a Toñi que qué echa de menos, responde sin dudarlo “nada, he sido feliz cuando era pequeña y lo soy ahora continuando con todo esto”.
Hoy el restaurante es una referencia gastronómica en la zona. María y Toñi repasan todas las personalidades que han pasado por allí, como Eduardo Punset o Soraya Sáez de Santamaría, así como numerosos grupos de diferentes partes de España que van periódicamente. “José Luís (marido de Toñi) y yo no teníamos pensado hacernos cargo del bar pero cuando en 2005 nos lo plantearon mis padres, lo pensamos y aceptamos la propuesta de continuar con lo que ellos habían creado” recuerda Toñi bajo la mirada atenta de José Luís desde la barra. Emilio, del que no faltan recuerdos, falleció unos años después del traspaso, no sin comprobar que su trabajo de tantos años estaba en buenas manos. El reto no era menor, el legado de Emilio y María, más que un reto era una responsabilidad de peso, solo a la altura de una mujer con una personalidad muy marcada y las ideas muy claras. Toñi y José Luís han puesto “An CaMilio” en el siglo XXI manteniendo la esencia de aquellos guisos de María, el tamaño de las patatas y el color de las tortillas, ofertando un ambiente casero, acogedor y sencillo, los matices más rayanos con una carta completa que presenta una muestra muy interesante de la gastronomía rayana a una excepcional relación calidad / precio; arroces a un precio medio de 7 €, carnes a un precio en torno a 8,5 € la ración, extensa relación de postres, “todo ello con un control total sobre los alérgenos” resalta Toñi, además se puede apreciar una atractiva oferta de vinos de diferentes denominaciones de origen. “Todos los días tienen menú del día a 10 € y los jueves de invierno, cocido completo.” recuerda María.
Probablemente el éxito radique en ofrecer al cliente ese concepto de lo casero que comentaba María, en no escatimar en el tiempo que hay que dedicar a cocinar como reivindica Toñi, en definitiva, en mantener firmes sus máximas como sello de identidad, o quizás el secreto de ese éxito esté en la sencillez y en ese gesto de eterna sonrisa de María, en la personalidad genuina y cercana de Toñi… An CaMilio es el resultado de la sencillez hecha virtud.