Inicio / Turismo / Cinco parajes rayanos para amar el otoño
Por Esmeralda Torres
18 November 2019
El otoño es esa estación que trae consigo postales de lo más evocadoras. Los paisajes se pintan de tonalidades ocres, anaranjadas, rojizas y marrones mientras que los árboles se desnudan y la naturaleza transmite un torrente de sensaciones al permitir conectar con sus ritmos. Y a algunos rincones les sienta especialmente bien, convirtiódose en destinos predilectos para disfrutar, en primera fila, del espectáculo visual y sensorial que regalan.
1. Robledillo de Gata, uno de los pueblos más bonitos y olvidados de la Raya. Tejados de pizarra, paredes de barro rojo y puertas, balcones y voladizos de madera caracterizan las postales de Robledillo de Gata, el pueblo con una de las arquitecturas populares serranas más humildes y puras de Cáceres. Enclavado en las entrañas de Sierra de Gata, su clima húmedo explosiona un abanico de colores ocres que mimetiza aún más esta localidad de cien habitantes. Es el destino ideal de aquellos viajeros que buscan viajar hasta los tiempos en los que no existía el teléfono móvil ni la conexión a internet.
2. San Pedro de los Majarretes, reino de castaños. El paisaje que caracteriza a la pedanía valenciana de San Pedro de los Majarretes ensimismó al mismísimo santo, que eligió un viejo convento para tomar sus hábitos. Hoy reconvertido en uno de los restaurantes más codiciados de la Raya - y con las más sabrosas croquetas del país -, le abraza un paraje presidido por castaños y el encanto que caracteriza a este árbol durante los meses de otoño. Para completar la postal, el viajero podrá degustar la más sabrosa gastronomía cinegética sin moverse del entorno.
3. Menhir de Meada, imponencia megalitica. En el caserío de Meada, dentro del término municipal de Castelo de Vide, se encuentra el menhir más grande de la Península Ibérica. Perteneciente al Neolítico, se trata de un conspicuo monolito que alcanza los 7,15 metros de altura visible y las 18 toneladas de peso, y cuya forma explícitamente fálica refleja la fuerte contribución que prestaron las primeras comunidades entre la fertilidad y fecundación y el ambiente mágico y religioso. Si contemplarlo en cualquier estación deja con la boca abierta, hacerlo durante la temporada otoñal rodeado de tonos anaranjados y rayos de sol que intentan contemplarlo entre las nubes, deja ensimismado hasta al más reacio viajero.
4. Juromenha, una defensa con dos mi años de historias. Existe una fortaleza vigilante del Guadiana que, a pesar de los derribos del tiempo y la desidia humana, continúa regalando los más increíbles atardecer de Alqueva, especialmente aquellos que se complementan con los tonos ocres del otoño en el Gran Lago. La soledad destructiva en la que se encuentra continúa soportando y sorprendiendo al curioso que llega hasta ella y se pierde dentro de sus murallas, romana-medieval en el interior y de tipo abaluartado en el exterior, reforzando los sentimientos de nostalgia que despierta la estación.
5. Castillo de Noudar, el pulmón natural de Barrancos. En mitad de un entorno natural que abraza Barrancos se encuentra un ambiente protegido en el que las actividades agrícolas y forestales se desarrollan con un profundo respeto por el ecosistema, Noudar. El otoño se vive con mayor intensidad en el cerro en el que confluyen los ríos Ardila y Murtiga, en un entorno donde la riqueza de la vegetación hace del lugar un hábitat natural para venados y jabalí. Aunque, sin duda alguna, el punto fuerte del entorno es el castillo y sus impresionantes vistas.