Inicio / En Ruta / Dos días en Lisboa, la ciudad de la elegancia decadente
Por Esmeralda Torres
20 December 2019
Lisboa no tiene ninguna atracción estrella como Roma, el Colosseo; o París, la Tour Eiffel. Tampoco le hace falta. Y es que la capital portuguesa enamora por su aire bohemio y decadente, sus fachadas repletas de azulejos y sus balcones abarrotados de ropa colgada. También por su buen clima y su exquisita gastronomía, alicientes a los que, por Navidad, se suma una ciudad encendida, repleta de elegancia y atracción, ideal para descubrir en poco más de 48 horas.
El encanto de Alfama
En las laderas del Castillo de San Jorge ha crecido junto a la ciudad y a su antojo un viejo barrio de pescadores que debe su nombre a su origen árabe, Alfama (Al-Hamma). Es sin duda un imperdible de la capital lusa y el lugar más idóneo por el que empezar a conocerla. Alma de la vida lisboeta y cuna del fado, regala al viajero un paseo entre fachadas desconchadas mientras escucha cómo se precipita el tranvía 28 por sus empinadas calles.
A pesar de que los más sibaritas recomiendan disfrutar del encanto de Alfama sin mapas ni prisas y perdiéndose entre sus laberínticos rincones, existen lugares que no puede dejar de visitar como el Castelo de São Jorge. Lleva más de ocho siglos presidiendo la colina más alta de Lisboa desde que se erigiese como Castelo dos Mouros, pues se trata de una fortificación musulmana reconquistada mediados del siglo XII por Alfonso Henríquez, primer rey de Portugal. Vivió su periodo de máximo esplendor al convertirse en Palacio Real hasta que el terremoto de 1755 lo dejó en ruinas. La restauración llevada a cabo en el siglo XX permite contemplar la importancia que tuvo el Arco de San Jorge, la Puerta de Moniz y la Torre de Ulises, entre otros atractivos, aunque si por algo merece la pena visitar esta fortaleza es por la panorámica que regala de la ciudad.
El itinerario continúa hasta el Miradouro de Santa Luzía, uno de los más hermosos de la capital. Al haberse desarrollado entre siete colinas, es fácil encontrar balcones naturales desde los que observar su arquitectura popular. Pero pocos superan la belleza y el romanticismo que ofrece el de Santa Luzía, con paredes blancas, azulejos azules y bunganvillas enroscadas entre parras. No es casual que sea lugar de inspiración para muchos pintores ya que las vistas son soberbias: desde la cúpula del Panteão Nacional hasta la inmensidad del río Tajo pasando por los callejones serpeantes de Alfama. Si consigue despegar la mirada, diríjase hasta la Sé de Lisboa, uno de los pocos monumentos supervivientes al devastador temblor del siglo XVIII. Se erigió sobre una antigua mezquita tras reconquistar la ciudad a los musulmanes, advirtiendo desde sus inicios el mosaico de estilo que personalizaría su arte. Aunque mantiene la esencia del románico en su estructura externa de dos torres y en el gran rosetón, el interior, más oscuro y austero, es claramente gótico. Merece la pena conocer su tesoro y el claustro, donde podrá observar varias excavaciones arqueológicas que atestiguan el pasado romano y árabe de la ciudad.
La Praça do Comercio, postal lisboeta
El zigzag de Alfama le conducirá hasta uno de los lugares más fotografiados de Lisboa, su Praça do Comercio. Testigo de numerosos acontecimientos históricos de gran relevancia, como el levantamiento militar de 1974 durante la Revolución de los Claveles que terminó con la dictadura de Salazar, se ha convertido en un símbolo de la capital. Allí se emplazó el Palacio Real hasta que el seísmo de 1755 terminó con él y toda la plaza en general. Fue el Marquês do Pombal a quien se le ocurrió construirla en forma de U, con tres grandes edificios porticados donde se albergan algunos organismos gubernamentales e institucionales.
También, el Maritnho da Arcada, el café más antiguo de la ciudad que fue visitado asiduamente por los intelectuales de antaño. Aunque si algo cobra protagonismo en esta concurrida plaza es su escalinata al mar, utilizada por los antiguos monarcas para desembarcar a su llegada a la ciudad, y su imponente Arco Comercial que la comunica con la comercial Rua Augusta y en el que se puede leer “Que las virtudes de los más grandes sean una enseñanza para todos”.
De Chiado a Bairro Alto
El itinerario por Lisboa continúa hasta Chiado, el barrio más bohemio de Lisboa. Repleto de cafés y tiendas y ligado históricamente a la vida intelectual de la ciudad, este distrito comenzó a ganar importancia en la ciudad por ser el predilecto de poetas y escritores para reunirse y celebrar sus tertulias. Hoy se considera una de las zonas comerciales más importantes de la capital, donde cobran especial protagonismo los pequeños comercios, como la Luvaria Ulisses, una tienda minúscula y centenaria que vende guantes de calidad hechos artesanalmente, o la librería más antigua del mundo, la Libraría Bertrand, fundada por dos franceses en 1732.
En este barrio se localiza el Convento do Carmo, uno de los mejores ejemplos del carácter renovador de Lisboa. Sede del Museo Arqueológico Nacional, llegó a ser el templo gótico más importante de la ciudad hasta que el trágico terremoto lo tiró abajo. Su esqueleto, caracterizado por altos arcos, aún resiste como una de las escasas muestras arquitectónicas del Medievo portugués. Es la última parada que efectuará el viajero antes de llegar al Bairro Alto, un barrio principalmente residencial que por la noche se transforma en punto de encuentro de la fiesta lisboeta. En cuanto caiga la noche verá como miles de jóvenes (y menos jóvenes) llenan sus calles brincando de bar en bar o conversando por todas partes en una especie de botellón consensuado. Mucha culpa tienen el gran número de restaurantes que aglutina, que van desde las tradicionales tascas hasta los más soficistados espacios de alta cocina.
Una vez allí no puede dejar de visitar la Praça Luis de Camões y el Jardim de São Pedro de Alcántara, que también tiene un mirador con una de las vistas más fascinantes de Lisboa.
El tranvía 28
El segundo día en Lisboa comienza subiendo al tranvía, el auténtico protagonista de las postales lisboetas. El transporte público portugués ofrece varias alternativas pero la favorita de los viajeros - especialmente de aquellos que no pasan un largo período de tiempo en la ciudad - es la número 28. Ésta pasa por algunos de los lugares más emblemáticos como el Bairro da Estrela y Graça. Aproveche la parada de São Vicente para visitar el Panteão Nacional, una enorme construcción barroca cuya obras recuerdan los portugueses para comparar cualquier proyecto extendido en el tiempo (algo parecido a El Escorial entre los españoles), y es que este edificio religioso conocido como Santa Engarria comenzó a erigirse a finales del siglo XVII y se dio por finalizado en 1966.
Allí descansan los más célebres portugueses como la fadista Amália Rodrigues, los presidentes de Portugal o el mismísimo João de Deus. Merece (y mucho) la pena subir hasta su terraza para contemplar una de las mejores panorámicas de Alfama, y de camino a ella embelesarse con el interior de su cúpula, revista de mármol policromo y coronada por un cimborrio que inunda de luz todo el complejo.
La gastronomía lisboeta
El itinerario conduce hasta la Torre de Belém, pero para cruzar en ferry hasta Trafaria, un pequeño pueblo pesquero donde los restaurantes ofrecen las capturas del día elaboradas a partir del recetario más tradicional. Con el estómago lleno y de vuelta al margen derecho del río, llega el momento de visitar Belém, el barrio que se extiende a los pies de la desembocadura del Tajo como recuerdo permanente de aquella Edade de Oro donde las naves portuguesas partían en busca de nuevos descubrimientos. Es una visita obligada la Torre de Belém, una construcción de origen militar y uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura manuelina a la que se le ha dado todos los usos habidos y por haber. Cuando dejó de servir como defensa de invasores piratas en la entrada del estuario, se utilizó como cárcel, faro y lugar de recaudación de impuestos para ingresar a la ciudad.
La siguiente parada es el Monumento aos Descobrimentos, un impresionante monolito de piedra que conmemora los 500 años de la muerte de Enrique ‘El Navegante’. Obra de Leopoldo de Almeida y José Ângelo Cottinelli Telmo, en ella se representa una treintena de personalidades representativas de la Era de los Descubrimientos mirando al Tajo. A sus pies, en el suelo, queda una gran rosa de los vientos sobre un mapamundi flanqueado por sirenas y navíos, que refleja las rutas que siguieron los antiguos descubridores. Una vez que haya observado en detalle esta obra, podrá cruzar la carretera para llegar hasta el Mosterio dos Jerónimos. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1983, este templo religioso constituye unos de los principales ejemplos de la arquitectura manuelina en Portugal y un homenaje a la época dorada de los descubrimientos, pues Manuel I ordenó su construcción para conmemorar el regreso de la India de Vasco de Gama. De hecho, las obras se financiaron con los impuestos procedentes de las colonias.
Su nombre se debe a que en sus primeros años fue residencia de los monjes de la Orden de San Jerónimo, aunque desde el siglo XIX, con la llegada del gobierno liberal y el desmantelamiento de las órdenes religiosas, es patrimonio del Estado. Son muchos los viajeros que coinciden en que el claustro es la parte más impresionante del conjunto. Éste está repleto de una decoración marítima y de navegación que evocan su origen conmemorativo así como de otros de estilo manuelino. Entre sus paredes nació la receta de los famosos pasteis do Belém, y en la misma acera del monasterio, un poco más adelante, se encuentra la Antiga Confeitaria de Belém, la primera pastelería que empezó a vender estos famosos dulces de nata siguiendo la receta original de los monjes. Buen provecho.