Diálogos

'Mantenemos una de las pocas fronteras que se mantienen cerradas en Europa, entre Cedillo y Nisa'

Amante del mundo rural y de Salorino en particular, el diputado de Cultura de la provincia de Cáceres mira hacia la Raya con optimismo y esperanza

Se escapa por un momento de un acto del partido que se celebra durante esta mañana en Valencia de Alcántara. Con la sonrisa que le caracteriza atraviesa la  Plaza de la Amistad Hispano Lusa que conoce bien, y, nada más cumplimentar, pide café. Portugués. Aunque le tire más sus raíces y las de Salorino, aquí sí perdona. Se desabrocha el abrigo mostrando sin timidez una chapa que reza ‘Por un tren digno’ y toma asiento cómodamente. Álvaro Sánchez Cotrina (Cáceres, 1986) es diputado de Cultura de la Diputación Provincial de Cáceres, el alcalde de Salorino y, sobre todo, un rayano en plena Raya que mira hacia ella con optimismo y esperanza.

– ¿Cómo mira Álvaro Sánchez Cotrina a Portugal?

– Si te digo la verdad, he crecido deseando que llegara el fin de semana que íbamos con nuestros padres a Portugal. Siempre que mi familia comía fuera de casa, siempre era en Portugal. Siempre deseando probar ese bacalao a la dorada que tanto me gusta, y ese pollo asado en Marvão… Era una de las cosas que esperaba con mas deseo cuando era pequeño. Luego, cuando hemos ido creciendo y viendo las potencialidades que tiene la Raya y todo lo que supone para nosotros, para nuestra cultura y para nuestra manera de vivir, que se influencia por esa cultura portuñola que tenemos y que tanto nos gusta, he echado de menos que se le saque el partido que tiene y que aprovechemos la situación de la frontera para aprovechar sus oportunidades. Dejar de mirar de espaldas a Portugal y mirar un poco de frente. Creo que cuando he ido creciendo, aunque la frontera ya no estaba, seguía existiendo en los propios ciudadanos de la Raya que no miran a Portugal de frente y lo hacían más de espaldas. Es la conciencia o cultura española, estar por encima de Portugal. Es una asignatura pendiente que hemos tenido todos y creo que ahora se está intentando desde muchas Administraciones potenciar cuál es el papel de la Raya y lo bueno que supone para nosotros. Yo ahora no hay día que no traiga a un amigo de Madrid, de la propia Extremadura, de donde tengo a alguien querido, aquí, a disfrutar de nuestra comarca. Es imposible que no pase por Valencia de Alcántara, pero también es imposible que no pase por Marvão y por toda la Raya, sobre todo por los pueblecitos pequeños. Yo siendo de pueblo pequeño me encanta pasear por las calles estrechas, esas casas y ver esa forma de vivir que tienen los portugueses y que se identifica con la forma de vivir de nuestros pueblos pequeños. Somos más felices aquí.


– Precisamente hablando de felicidad, siempre se identifica una infancia en el pueblo con una infancia más feliz. ¿Cómo fue la suya?

– Efectivamente. La libertad que te da el pueblo, el poder estar en la calle sin ningún complejo, sin ningún miedo, casi con la seguridad de que tu madre recorriendo una calle te va a encontrar o a lo mejor no, porque estas en el propio campo… Yo creo que como crecemos en los pueblos no crecen en las ciudades grandes, aunque poco a poco estamos perdiendo esa singularidad que teníamos y que se definía por vivir en la calle. Ultimamente nuestros niños y niñas van pareciéndose más a los que viven en una ciudad. A mí me cuesta pensar en mis amigos delante de la viodeconsola. Nosotros jugábamos a los bolindres, al bote bolero, estábamos en la calle, etc. O recuerdo cómo nos organizábamos en mi pueblo cuando llegaba el día de la Pura: se dividía en dos zonas, hacíamos grupos e íbamos a la escombrera del pueblo para acarrear ripios y hacer las luminarias. Competíamos por barrios para ver quién hacía la hoguera más grande. Toda esa preparación era una forma de vivir impresionante, sin darnos cuenta de que estábamos creciendo en una cultura de identidad, de colaboración, de aprender de los recursos que nos daba la naturaleza para protegerla. Al final nos divertíamos con cualquier cosa y hoy, sin embargo, esto va cambiando. Me da cierta rabia porque la globalización llega a todos sitios y nos influimos de las cosas que llegan de las grandes ciudades, y lo que hace es acabar con una cultura de identidad que permite que uno pueda vivir libre en un pueblo y, además, conformarse con muy poco porque todo te lo da la calle.

– Los que somos de pueblo pequeños nos tenemos que ir fuera a estudiar, con el riesgo de que un alto porcentaje no vuelve. Usted se fue y volvió al pueblo, ¿por qué volver a un municipio pequeño si en la ciudad encontramos más oportunidades?

– En el fondo, en el pueblo lo tenemos todo. Creo que Extremadura ha sabido equilibrar lo rural con lo urbano. Yo en mi pueblo, que tiene 700 habitantes, puedo hacer de todo: puedo ir al gimnasio, hacer actividades deportivas, culturales, ir a la biblioteca, a la casa de la cultura donde encuentro una agenda cultural potente, etc. Es verdad que hay muchas infraestructuras de las que no podemos disfrutar en los pueblos, pero es que vivo a 45 minutos de Cáceres. Entonces, cuando nosotros queremos tener esas oportunidades que nos da la ciudad, vamos a ella. Yo veo que el que vive en la ciudad no vive igual que yo, en el pueblo, y que además, lo que le supone a él ir al cine, por ejemplo, es prácticamente lo que me supone a mí: atravesar la ciudad de una punta a otra le supone 30 minutos mientras que a mí me lleva 45 llegar allí. La parte buena que tiene la ciudad la puedo aprovechar. Y precisamente el que tengamos de todo en los pueblos ha hecho que la gente joven como yo haya decidido quedarse. Yo estudié Gestión y Administración Pública en Cáceres, y cuando me fui a la universidad no faltaba ningún fin de semana al pueblo. No era de estos estudiantes que se quedaban allí, yo volvía al pueblo porque tengo allí todas mis necesidades: mis amistades, mi familia y el modo de vida en el que yo me encuentro a gusto. Hay otras necesidades que no encuentro allí pero las busco donde puede haberlas. Por ejemplo, si un día quiero ir a ver a Vetusta Morla, busco un sitio cercano, igual que hace el que vive en Cáceres o en Madrid. Lo que hace vivir en el pueblo es tener un recurso para poder tener un proyecto de vida. Si no hay un empleo, una posibilidad de desarrollarse, mucha gente joven se va. Pero no creo que sea solamente una cuestión de empleo, sino también los estigmas que nos han inculcado desde muy pequeñitos. En los pueblos siempre nos han dicho que lo bueno es irse, que el que triunfa es el que va a la ciudad, y repetimos el modelo de la gente que triunfa cuando yo creo que es lo contrario. Al final el que se queda con sus raíces, su identidad, a impulsar un proyecto de vida en el ámbito empresarial con las dificultades que hay en un pueblo, ese es el verdadero héroe. Es el que aspira a ser una persona mejor y aspira a una felicidad plena.

– Y como alcalde, ¿cómo convierte ese mensaje en política? ¿Cómo le dice a los jóvenes de Salorino que no se vayan y se queden a luchar contra la despoblación?

– Es algo que no puedo hacer solo. Es una problemática con la que yo no voy a acabar, ni siquiera en la región. Es una problemática de todas las provincias del interior de Europa, que afecta a España y que también empieza a afectar a Extremadura. Esto llega mucho más tarde que a otras regiones de interior de España precisamente por las políticas que se han venido haciendo de equiparar lo rural y lo urbano para que en los pueblos se tengan los mismos servicios que en las ciudades, o que al menos en unos pocos kilómetros tengamos nuestras necesidades sanitarias y educativas cubiertas. Eso se ha hecho muy bien desde la Junta de Extremadura. Teniendo todo eso ya en el pueblo, ahora hay que intentar que la gente joven se crea que de verdad tenemos oportunidades. Antes, fuera de micro, hablábamos de que no nos creemos lo que tenemos aquí, he ahí la cuestión: no vemos las potencialidades que tenemos y posiblemente la falta de cultura emprendedora haga que no se cree muchos más tejido empresarial en nuestra zona. Eso poco a poco lo vamos superando con  mucha pedagogía y con inversiones de las Administraciones públicas, pero teniendo en cuenta que solos no podemos, y que si el Gobierno central no hace algo en contra de la despoblación, no dota de presupuestos la problemática que tenemos en muchas regiones de España interior, pues evidentemente el problema no se va a frenar y se va a ir acentuando. Yo he encontrado un recurso que creo que ya lo explotan muchísimos pueblos, que es la atención a la dependencia. En la atención a la dependencia vemos un recurso importantísimo para generar empleos en el ámbito femenino. Si ya es difícil crecer siendo joven en un pueblo y mantenerse en un pueblo, no sabes lo que es, además de ser joven, ser mujer. El ámbito de la dependencia emplea a muchísimas mujeres en el mundo rural, y uno de los proyectos que estamos atendiendo con mucho cariño y que llevamos reivindicando y peleando desde hace mucho tiempo es una residencia de atención especializada a personas mayores en Salorino, y que el día 2 de enero abrimos en la parte de día, Ya de entrada va a crear cuatro puestos de trabajo en una población de 700 vecinos. También tenemos las nuevas posibilidades que abre el Tajo Internacional. Y tú me dices, ¿qué haces para que la gente joven se crea que realmente hay recursos? Pues decirles que se lo crean y presentarles ese proyecto que tenemos en nuestra propia comarca, que lo tenemos en nuestro propio pueblo, que convivimos y vivimos con él y, precisamente por ello, no le damos valor. La gente se está dando cuenta de que el proyecto de economía verde y circular tiene una repercusión positiva en su día a día y en sus posibilidades para encontrar un nicho de empleo nuevo que dé la oportunidad de vivir en el mundo rural, en tu pueblo. En eso estamos trabajando mucho y la gente empieza a tomar conciencia de que Extremadura y esta parte, que es una de las partes más despobladas de la provincia de Cáceres, tiene también muchas potencialidades, pero que es desde el ámbito empresarial desde donde tenemos que intentar impulsarla, porque todo desde la Administración no puede ser.

– ¿Es precisamente ese arraigo al pueblo lo que le llevó a elegir la política como profesión?

– Después de la etapa universitaria estuve en un curso de especialización y desarrollo local y, después de eso, oposité a una convocatoria de agentes de empleo y de desarrollo local. Aprobé y me destinaron a un pueblo pequeño de la provincia que se llama Valdesalor, una entidad local menor del Ayuntamiento de Cáceres. Allí empecé a tomar conciencia de la necesidad de influir desde el Ayuntamiento en la vida del pueblo, desde políticas positivas que fomentaran que la gente se quedase y no se fuese a vivir a la ciudad. Eran muchos los proyectos que existían allí y desde el ámbito técnico yo intentaba investigar y estudiar proyectos para sacarlos adelante. La corporación municipal me dio mucha libertad para poder trabajar y cuando a un agente de desarrollo local le dan la oportunidad de impulsar proyectos, uno crea, porque imaginación tenemos mucha. Allí conseguimos asentar los proyectos en el pueblo mientras que yo iba cada fin de semana a Salorino y veía como cada vez íbamos más abajo, porque la gente no tenía ilusión para salir en el pueblo y nos íbamos adormeciendo en el ámbito político. Había muy pocos recursos y muy pocas posibilidades de que la gente siguiese yendo con arraigo al pueblo y, además, la población que ya vivía allí estaba poco esperanzada pensando que en 25 o 30 años no quedaría nadie en el pueblo. Yo siempre he sido una persona de izquierdas, mi familia siempre ha votado al partido que ahora represento. Además, con la suerte de que la primera vez que voté, en el instituto de Valencia de Alcántara nos manifestábamos en contra de la Guerra de Irak: ahí empecé a ser mas activista, más de izquierdas. Y cuando voté por Zapatero lo hice con mucha ilusión, ganas y compartiendo el famoso proyecto (ríe mientras se señala la ceja). Cuando uno tiene una ideología que ha mamado pero que también le ha identificado con los cambios sociales que ha tenido este país, está en un pueblo pequeño en el que puede impulsar a nivel técnico muchos proyectos y ve que su pueblo se va adormeciendo, y que a través de una asociación y un partido político puede representarlo, pues uno se ofrece. Así me presente con un hombre de unos 50 años, que me dijo que qué me parecía si impulsaba en la agrupación local del pueblo un cambio, y que ese cambio lo liderase yo. En ese momento me dio un poco de vértigo pero pensándolo, dije, si en realidad es lo que estoy haciendo en Valdesalor, e incluso me dan la oportunidad de, a nivel ideológico, aplicar esta formula que yo entiendo que es buena para el pueblo. Así me abrieron las puertas de la asociación socialista de mi pueblo en el mes de marzo, cuando a dos meses de elecciones no había un candidato definido. Yo solo pedí una cosa, que me dejasen elegir un proyecto autónomo y a la gente que me acompañaría, y empezamos a abrir puertas y ventanas. Empezamos a intentar hablar con todos los colectivos sociales, desde los jóvenes hasta los mas mayores, y algo que en principio podría ser una amenaza porque era un candidato muy joven – tenía 24 años – en una población muy envejecida, me dio la alcaldía. Empecé siendo el de la lista del chupete que pretendía ser alcalde, algo que la oposición vendía como negativo, pero esa falta de madurez que otros vendían fue un motivo de ilusión para otra gente. Como nuestro mensaje de ilusión iba calando en la gente del pueblo, un amigo me abrió la puerta de la casa de su abuela para que le contara cuál era el proyecto que quería para el pueblo, y pasé de ser el de la lista del chupete al besabuelas (ríe), con lo cual, en unos pocos meses habíamos pasado de la amenaza del no maduro al que se paseaba con las abuelas en el pueblo y de alguna forma ese mensaje inicial no había calado porque la gente entendía que nos estábamos preocupando de que tuvieran un proyecto mejor. Hoy, después de siete años, hemos intentado consolidar un proyecto que le dé oportunidades a la gente joven. Los jóvenes cuidando de nuestros mayores, algo que además arraiga a la gente en el territorio y nos da oportunidades y posibilidades de empleo. Estoy contento e ilusionado, y creo que a la gente mayor, sí, la hemos cuidado mucho, pero creo que a la gente joven también les hemos dado respuestas, alternativas, y le hemos enseñado a que quiera más a su pueblo y a que nos creamos que aunque seamos pocos, si todos contribuimos al día a día del pueblo como mejor sepamos en la medida de lo posible, vamos a tener un pueblo mejor que suene en todos sitios. Y no porque seamos un pueblo pequeño que se va a acabar muriendo en 30 o 40 años, sino porque de verdad tengamos proyectos que hagan que la gente se fije en nosotros y vengan a visitarnos. Y esas visitas pues generen empleo, recursos, posibilidades y podamos estar cuanto más tiempo mejor viviendo en el mundo rural y confiando sobre todo que hay expectativas y esperanzas en que nos podamos quedar donde más nos gusta, que es donde hemos nacido y donde está nuestra identidad, nuestros familiares, nuestra vida y nuestros recuerdos.

 – Seguro que como diputado de Cultura habrá definido infinidad de veces qué es la cultura extremeña pero, ¿cómo es la cultura rayana?

– Creo que la cultura en general es lo que nos define, lo que nos representa, lo que dice cómo somos y cómo vivimos, cuál es nuestra manera de querer, cuál es nuestra manera de expresarnos a través de la música, de nuestras tradiciones, comidas, olores… La Raya creo que precisamente tiene mucho de eso: tiene olores, tiene sabores y tiene unos ritmos que enamoran al que viene porque somos absolutamente distintos a los que viven en cualquier otra parte del país. El que viene a la Raya ve perfectamente la influencia de los portugueses en nosotros y nuestra influencia en los portugueses, y esa influencia de tantos siglos ha hecho que vivamos como hoy somos. Yo creo que la cultura rayana se identifica sobre todo en los rostros de la gente y en ese agrado que tiene el que aquí vive por intentar enseñar cómo vivimos y cómo somos los de aquí, que es gente muy noble, gente muy humilde pero gente que ansía tener un futuro mejor. Parece que hace 40 o 50 años teníamos muchísima más población, teníamos muchísimas mas posibilidades de trabajo, y hoy que hay menos población y menos posibilidades de empleo, estamos precisamente fijándonos en la cultura y en el turismo como motor de desarrollo del Tajo Internacional, que es también nuestra comarca. Hemos sabido unir municipios portugueses con municipios españoles con un proyecto común que tiene precisamente, valga la redundancia, un común denominador que es la cultura y nuestra forma de vivir, y sobre todo el gran patrimonio natural y arquitectónico que tenemos.

 

– Hablábamos antes de que las fronteras se han ido rompiendo poco a poco. ¿Podríamos decir que en el sector cultural ha sido el primero en romperlas o, en su defecto, hacerla menos hermética?

– Sí, sí. Sí. Convencido. Además, si echamos la vista atrás todos recordamos a gente de nuestros pueblos hablándonos de la figura de estas mujeres y estos hombres que se iban delgados de España a Portugal y volvían gordos llenos de café, y eso de alguna manera lo que hacía era enlazar y unir a dos pueblos hermanos que vivían muy parecidos pero que simplemente había una frontera física que les decía que uno era un país y otro era otro. Estamos en otro momento, la cultura empezó a romper todo eso. El contrabando hizo mucho en aquello, y hoy es una de las figuras que se están explotando para poder tener rutas que vertebran la parte española con la parte portuguesa y que atraen a muchos visitantes a conocer esta zona. Todavía hay algo que tenemos que superar en esta comarca y que nos tienen que ayudar los gobiernos, el provincial, el autonómico y el nacional, y también el portugués, y es que mantenemos una de las pocas fronteras que se mantienen cerradas en Europa, entre Cedillo y Nisa, el famoso puente que estamos reivindicando desde hace tantísimos años. No tiene sentido que las poblaciones sigan divididas como hace tanto tiempo. Fue la cultura lo que empezó a unirnos en su momento y esa misma cultura de fraternidad y de intentar crecer juntos es la que hoy nos abre las cabezas para decir y protestar ante una situación que tiene que tener sus días contados si nos hacen caso. Pero como tantas veces en esta comarca nos ha costado mucho hacernos escuchar, y eso posiblemente sea también una de las consecuencias de que hoy estemos en una situación difícil para la gente pero esperanzadora.

– Veo la chapa por un tren digno. Creo que toda Extremadura necesita ese tren pero, quizá, especialmente la Raya porque ya tuvo una línea que rompía esa frontera. ¿Usted también piensa así?

– Claro que sí, y además el trayecto más corto desde Madrid hasta Lisboa. Nosotros, como vecinos de la comarca, lo reivindicamos con mucha fuerza porque es una injusticia latente que se produjo en el año 2012 y que tenemos que saber reivindicar. Hemos estado olvidado muchas veces por las decisiones que priorizaban los diferentes gobiernos que han pasado por Madrid. Ese descuido en regiones como la nuestra nos ha convertido en una región que no ha sido tratada igual a lo largo de la historia. Nos hemos sentido muchas veces como una región de segunda, y hasta que no tengamos las mismas oportunidades que uno de Madrid, que uno del País Vasco, que un catalán, que un valenciano o un andaluz, no podremos competir en condiciones de igualdad y será todo mucho más difícil para nosotros. Eso trasladado aquí a la Raya, con un puente que nos una con Portugal y que nos dé facilidades de que ellos vengan y nosotros podamos seguir contribuyendo a su día a día allí, es precisamente lo mismo que necesitamos en las comunicaciones ferroviarias. No podemos seguir viviendo con unas comunicaciones del siglo XV aunque tengamos una red magnífica de carreteras, que es en lo que nos hemos centrado en Extremadura y en esta comarca. Mucha de la gente que pasa por aquí se sorprende de lo bien que están nuestras carreteras y sin embargo, creo que todo ese esfuerzo que se ha hecho para vertebrarla a nivel de carretera ha hecho que descuidemos un tipo de infraestructura muy necesaria también como es el tren, y que, al final, nos abre a toda España.

 

Un libro: La voz dormida, de Dulce Chacón.

Un sabor: El del lomo de mi pueblo que se cura en la lumbre.

Un color: El rojo.

Un paisaje: La charca grande de Salorino.

Una canción: XXI, de Supersubmarina.

Un viaje: A La Habana.